El Pozo de Hunzahua o de Donato, está ubicado sobre la Avenida Norte que lleva hacia Sogamoso a pocos metros de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, UPTC.
Cuenta con un restaurante y con zona de parqueaderos, además tiene juegos para niños.
Sin lugar a duda es uno de los sitios turísticos de Tunja, más interesantes, por su belleza y alegoría histórica que da origen a su leyenda, según la cual, se dice que el gran Cacique Quemuenchatocha, temeroso de la maldad de los españoles, ordenó a sus súbditos hacer una cadena humana y arrojar todos sus tesoros a este pozo. Así evitó que los conquistadores se adueñaran del oro y piedras preciosas de sus dioses. El español Donato intento en varias oportunidades secarlo para adueñarse de las riquezas pero nunca tuvo éxito.
Esta Leyenda de origen colombiano, cuenta que fue Hunzahúa, uno de los pocos soberanos que impusieron su dominación sobre toda la nación chibcha. Era fuerte y luchador en las batallas. Pero la ruina de aquel hombre irresistible, no la acarreó ningún enemigo, sino sus desarregladas pasiones.
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El impresionante espectáculo de las noches del Pozo de Donato de los años cincuenta producían al observador un estremecimiento espiritual saturado de magia, de poesía, de estrellas que se reflejaban en las tranquilas aguas, de una luna de plata que parecía flotar entre las sombras que proyectaban los eucaliptos sobre la superficie virginal. Las sobrecogedoras vibraciones de los ecos de miríadas de ranas, los graznidos de las garzas que se hartaban de renacuajos y pescaditos hundiendo sus largas zancas en medio de los juncos embargaba el espíritu con la conciencia de una naturaleza todavía respetada, viva y retozante.
En aquella época de mi lejana niñez se podía ver un pantano de kilómetros de extensión, en el cual, como corazón profundo, limpio, palpitante de vida y de verdor, se encontraba el pozo. Las ciudad terminaba entonces casi un kilómetro más al sur, y nada, ni siquiera el ocasional paso de un vehículo por la solitaria carretera a Paipa perturbaba este solaz, esa paz vibrante que palpitaba con vida, con leyenda y con historia, esa comunión de magia con sonidos de la naturaleza.
Conocí la leyenda de las columnas de oro que sostienen la ciudad; supe de la cimentación que mágicamente une a la catedral con las misteriosas profundidades del pozo. Me senté muchas veces en sus orillas para contemplar las ranas, los renacuajos, las garzas y los pececillos y tratando de imaginar la larguísima fila de gente pasando de mano en mano el tesoro de Hunzahúa para salvarlo de la lujuriosa barbarie que por el oro traían los conquistadores, siguiendo el camino que venía de la ciudad por donde es hoy La María y La Colina, porque los pantanos no permitían el paso por donde hoy va la avenida.
”El pozo al que no se le ha hallado fondo”, se decía en mi niñez. Por eso me detuve una vez a observar con sorpresa y hasta con frustración un eucalipto partido por el viento que sobresalía de las aguas, clavado en el fango del fondo a no más seis o siete metros de la superficie.
Un día de 1974, un grupo de profesores de la UPTC que conformábamos la tertulia literaria ”El carnero” bajo la dirección de Enrique Medina Flórez, nos decidimos a trasladar al pozo los falos líticos que se encontraron alrededor de las ruinas del cercano templo de Garanchacha. Después de muchos esfuerzos burocráticos y logísticos logramos hacerlo y nos sentimos orgullosos de nuestro éxito, porque ya los taladros de los ingenieros que construían el barrio La Colina habían comenzado a colocar las cargas explosivas; la alternativa era moverlos de allí o verlos volar en pedazos con dinamita. No se nos ocurrió entonces en la gravedad que rodeaba el momento entrar en la consideración de que el pozo y sus alrededores, es, desde todo punto de vista, un entorno femenino: el agua, las ranas, lo lunar, el pozo mismo, es una vagina cósmica. Los falos líticos no estaban destinados a ese lugar en la época muisca imposible de acceder con monolitos tan pesados (17 tonaladas tiene el mayor de ellos), sino que se clavaban en impresionantes ceremonias para fecundar la tierra, pero claro, no en ese santuario de paz natural, sino a la orilla del pantano, en el templo de Garanchacha que era el tálamo nupcial donde se llevaba a cabo el coito cósmico que en la cosmología muisca creaba la vida y a cuyo alrededor danzaba la leyenda de la madre Bachué cuya fecundación fue más allá de lo natural, de manera que en múltiples alumbramientos de cientos de bebés terminó con el curso de los años por parir a la humanidad entera.
Antonio Gómez
antropólogo
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