La deportista risaraldense Sofía Gómez Uribe rompió su propia marca de 83 metros de profundidad lograda el pasado miércoles, al alcanzar este viernes en una tercera inmersión los 84 metros, con lo que establece un nuevo record mundial de apnea, en la modalidad Peso Constante con Bialetas.
La colombiana superó por dos metros la marca que estaba en poder de la eslovena Alenka Artnik, con una profundidad de 82 mts, hasta el miércoles pasado.
Esta tercera inmersión se llevó a cabo en Soufrière and Scott, en Dominica, una reserva marina dominada por una península que crea de manera natural un espacio para la práctica del buceo y los deportes de profundidad.
Sofía tendrá el viernes próximo una oportunidad adicional en la que la deportista tendrá oportunidad de mejorar la marca, en caso de hacerlo.
Gómez es la primera mujer colombiana en nadar 150 metros debajo del agua en una disciplina conocida como Apnea Dinámica.
Esta apneista que se ha formado en Medellín, además de este récord mundial alcanzado hoy, Sofía el récord panamericano y suramericano de apnea, y espera poder continuar alcanzando mayores profundidades.
(Tomado de el Pais)
Mostrando entradas con la etiqueta record. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta record. Mostrar todas las entradas
SOFIA GOMEZ A PULMON LIMPIO BUSCA LA CIMA EN LAS PROFUNDIDADES
Sofía Gómez es una de las mejores apneistas del mundo. Prensa BBVA
El reto entre las hermanas Gómez era quién de las dos aguantaba más tiempo debajo del agua. Sofía tenía 4 años y Paulina 7. Se metían en una pequeña piscina inflable y mientras una sumergía su cabeza, la otra contaba los segundos. Sin quererlo, ese desafío casero terminó influyendo en la capacidad pulmonar de Sofía, quien, una vez comenzó a practicar deportes acuáticos, era de las que más resistencia presentaba debajo de la superficie.
Francisco y Mónica, sus papás, son de Santa Marta, pero vivieron durante la infancia de sus hijas en Pereira. Por el miedo a que ellas se ahogaran cuando fueran de vacaciones al mar, las llevaron desde muy pequeñas a clases de natación. Un sábado, en una de esas sesiones, Sofía vio a un grupo de niñas que entrenaba nado sincronizado. Se quedó mirándolas un buen rato y quiso imitarlas. Al poco tiempo comenzó a practicar con ellas.
El diálogo con el profesor desembocó en una charla sobre la apnea, esa capacidad de estar bajo el agua durante tiempos prolongados. Les contaba, con el objetivo de que sus alumnas pudieran hacer rutinas más largas de baile durante el nado sincronizado. “Hagamos algo; vamos a ver quién aguanta más”, dijo. Sofía se puso unas bialetas y se lanzó a una piscina semiolímpica de 25 metros. Ella misma se sorprendió cuando sacó la cabeza después de nadar 100 metros sin respirar. Se dio cuenta de su potencial y prefirió dejar el nado sincronizado para dedicarse a la natación con aletas.
Del colegio Inmaculado Corazón de María, de Pereira, se graduó. Vivió por unos meses en Bogotá, donde siguió entrenando en las piscinas del Complejo Acuático y luego se fue a vivir a Medellín. Allí contó con el apoyo de Indeportes Antioquia, que ha estado a su lado en todo el proceso de consolidación como una de las mejores apneístas del mundo.
En 2013, Carlos Correa, un amigo, la invitó a practicar a Santa Marta. El objetivo era sumergirse la mayor cantidad de metros en el mar y ella, después de un entrenamiento intensivo, logró descender 40 metros. Esto fue lo que la motivó a competir a nivel profesional.
El entrenamiento diario comenzó a ser una obsesión. Esto se lo aseguró Sofía a El Espectador. “Hay una parte de preparación física que consiste en ir al gimnasio, hacer bicicleta y nadar mucho. Cuando ya es en el mar, es importante descender para que el cuerpo se adapte a las presiones del agua. Esto es como cualquier deporte de alto rendimiento: una base física y lo demás es pura práctica”.
Los miedos para Sofía no existen. De hecho, recuerda que a lo único que le tuvo pavor en la vida fue a las vacas, pues una vez en una finca, jugando junto con su hermana, un animal de estos se soltó de una estaca a la que estaba amarrado y las persiguió un buen rato. Debajo del agua, la oscuridad al principio la atormentaba, pero ahora es algo con lo que aprendió a convivir.
Los títulos nacionales y continentales fueron poco para esta risaraldense. Sus objetivos estaban mucho más allá. Por eso, pensando en ser una de las mejores del mundo, se fue a vivir a República Dominicana, donde tiene todo lo necesario para practicar y mejorar sus registros. “Estar sola, bajo el agua, me da una sensación de paz. Uno aprende a conocerse a sí mismo. Y tus límites. Aprendes a vivir con la soledad”, destaca. Para ella, sumergirse es llegar a lo más alto. Y con esa consiga se trazó el objetivo de romper un récord mundial en la modalidad peso constante con bialetas.
Atada a una línea de acero con un arnés, Sofía descendió 83 metros en un tiempo de dos minutos 43 segundos: rompió la marca que estaba en poder de la eslovena Alenka Artnik y así logró su objetivo. Este viernes tendrá la oportunidad de superar su propio registro, cuando haga el tercer intento que estaba planeado.
Y aunque la apnea es su pasión, por ahora esta pereirana de 25 años tiene el objetivo a largo plazo de ejercer su profesión de ingeniera civil y aportarle al país no sólo como una referente del deporte nacional, sino también dando ideas para revolucionar la movilidad en las grandes ciudades. “Cambiar el carro por otros medios de transporte. Estoy muy enfocada en eso. Que la gente se deje de mover de esa manera y haga deporte”, concluye.
ROBERTO ESQUIVEL EL HOMBRE CON EL PIPÍ MAS GRANDE DEL MUNDO
Roberto Esquivel tiene que cargar entre sus piernas con casi medio metro de admiración y repugnancia. Lo que podría ser un símbolo de virilidad es también un caso médico sin respuesta. Visita a un hombre al que su pene se le volvió un dolor de cabeza.
Devastador para las neuronas y el orgullo masculino. Su historia es única. Si en este momento se busca su nombre en la web, se encontrará casi en todos los idiomas. Desde hace diez meses, entrevistas, documentales, programas de radio y noticieros de televisión en muchos países han discutido su peculiar “discapacidad”, como él la califica. Pero, pese a su fugaz celebridad, continúa viviendo en la miseria, solo; sigue invisible en una ciudad de un millón de habitantes en el industrioso y moderno norte de México.
Roberto Esquivel Cabrera, “el Centauro”, como también se le conoce, nació hace 55 años en Saltillo, Coahuila, y lleva entre las piernas, al parecer, la carga más grande en la historia de la humanidad: 48,2 centímetros de longitud que causan un golpe de morbosidad y asombro, ataques de risa ligados a la virilidad amenazada, excitación transformada en repugnancia y muchas sensaciones diferentes.
La comparación con otros penes resulta absurda. Actores porno de fama mundial, como Nacho Vidal y Rocco Siffredi, no pasan de los 25 centímetros. Incluso el actor —no porno— y escritor Jonah Falcon, conocido por tener un miembro de 34 centímetros, supuestamente el más largo del mundo, está muy lejos del Centauro.
El calibre fálico es una referencia fundamental y ha atesorado sueños en muchas civilizaciones. Así que mantener la normalidad ante Roberto es un verdadero reto. Su presencia es una intromisión visual a complejos y a sueños, a la brutal realidad.
Hablar con él no es sencillo. Más allá de esa incomodidad visual, está la densa energía de su personalidad y un olor incómodo que sale de su entrepierna. Además, uno siempre está tratando de descifrar a quién tiene enfrente: ¿al modesto, ignorante y hasta ingenuo hombre en la pobreza que quiere ser actor porno o al calculador y sagaz operador de un gran fraude?
TOCANDO PUERTAS : La mañana del 6 de febrero de 2015, Roberto llegó a las instalaciones del periódico Vanguardia, en Saltillo, para pedir ayuda. La razón de la visita era clara y directa, nunca la ocultó: quería dar a conocer su portento internacionalmente, pues tal vez así lograría entrar al mundo del cine porno y se volvería millonario. Aunque, para un tipo como él, empezar con tener las tres comidas diarias aseguradas y dejar de vivir de la caridad sería un buen comienzo.
Era la segunda vez que Roberto se pasaba por el diario —donde trabajo como director editorial—. La primera visita había sido siete meses antes, pero la recepcionista, incómoda al notar su envergadura, simplemente le pidió regresar luego, pues de momento no había reporteros en la redacción. En su siguiente intento, una periodista lo recibió sin saber cómo reaccionar y pidió el apoyo inmediato de un compañero, quien finalmente le realizó la entrevista y dio inicio a su historia mediática.
El testimonio del Centauro empezó con un reproche: era la primera entrevista que lograba tras deambular ¡durante cuatro años! por todos los medios de comunicación de la ciudad; suplicó que sacaran su historia a cuatro televisoras, cinco periódicos, unos diez portales web y a los corresponsales de los principales medios nacionales. Los periodistas ni siquiera se molestaban en conversar con él; menos, en comprobar visualmente la grandeza de su entrepierna.
Su historia, publicada por Vanguardia finalmente el 15 de agosto, seis meses después de la entrevista, no salió hasta que el fenómeno que carga fue medido, pesado y constatado en cuatro revisiones clínicas. Todo está documentado y el resultado fue avalado por el Centro de Salud Mental de Coahuila (Cesame).
Y vino la fama; lo que todavía no le ha llegado a Roberto es la plata que pretende. “Me buscaron reporteros de muchos países —me cuenta—, pero nadie quería pagar, y yo necesito el dinero para sobrevivir. Solo me hicieron un documental de Nueva York y me pagaron algo (1000 dólares), luego otro de Inglaterra (3000 dólares)”.
A pesar de esa popularidad, no se siente cómodo cuando hay gente alrededor. Tiene más de 30 años de no ir al cine, no visita la iglesia y, en general, no le gustan los lugares de concentración masiva. Incluso dejó de asistir a reuniones familiares cuando sus sobrinos crecieron lo suficiente como para darse cuenta de la anormalidad.
Dice que por el tamaño —le llega debajo de las rodillas— tiene una movilidad bastante limitada y, aunque puede realizar muchos trabajos, no lo contratan por una cuestión de pudor: nadie quiere estar cerca de un hombre con un pene de casi medio metro. Todos sus pantalones, excesivamente anchos, fueron modificados por él mismo con una especie de bolsillo gigante con cierre de botones.
ASÍ EMPEZÓ TODO : A los 13 años superaba los 15 centímetros. Eran tiempos de vida familiar y común en Saltillo. Bueno, no tan común para él, pues por los rumores, muchas chicas —y chicos también— le pedían que les mostrara la entrepierna. Desde la infancia fue siempre retraído y, al llegar la juventud, ese rasgo se acentuó.
Aunque acepta que era muy buscado por las mujeres, nunca tuvo novia ni nada parecido. La soledad lo acompañó hasta el momento de partir a Estados Unidos, en 1981, cerca de cumplir los 21 años y ya con más de 20 centímetros. Saltillo —que fue refugio, santuario y centro de operaciones del cartel de Los Zetas— está ubicado a menos de 300 kilómetros de la frontera con Laredo o McAllen, Texas, pero él prefirió ir hasta California.
Fue entonces cuando —asegura— se empezó a transformar en el Centauro, pues desde ese momento y hasta 1987, su “virilidad” creció inexplicablemente hasta alcanzar la longitud actual. No hubo dolor ni otro síntoma, simplemente creció.
Luego de trabajar varios años en cargos de mantenimiento, Roberto fue encarcelado en Seattle en 2003. Antes de ir a prisión, ya había sido fichado por las autoridades por firmar un cheque sin fondos. Pero el cargo que lo llevó finalmente tras las rejas no fue el de fraude sino el de asalto sexual a dos menores de edad. Según él, fueron las jóvenes quienes, alcoholizadas, le pidieron que se lo mostrara.
En la cárcel, era constantemente exhibido y fotografiado por los guardianes, quienes incluso organizaban concursos cuando llegaba un nuevo reo. Ninguno de sus rivales, la mayoría de raza negra, estuvo cerca de destronarlo. Roberto denunció esos abusos ante las distintas autoridades de Estados Unidos, pero nunca obtuvo respuesta. En contraparte existen documentos oficiales de la prisión que lo acusan de exhibicionismo.
Justamente una de las razones por las cuales quiere hacerse millonario es para pagar unos buenos abogados y entablar un nuevo juicio contra el sistema penitenciario estadounidense. “Es que nadie me ayuda —me dice—. Allá no hicieron caso de mi juicio y aquí en México ni me atienden. Para eso quiero hacer una película, para eso quiero el dinero, para demandar al gobierno de Estados Unidos. Imagínese, aquí ni siquiera me quieren ayudar para declararme discapacitado, tengo que ir a los comedores de las iglesias para sobrevivir porque nadie me da trabajo. Muchos dicen que sí me darán empleo, pero al final, nada”.
CUESTIÓN DE DINERO : La casa del Centauro está sobre una importante avenida de Saltillo, cerca de la vieja zona industrial de la ciudad, conocida como “la Detroit mexicana” por su extraordinaria producción automotriz. Es mediodía y un sol implacable lleva la temperatura a 33 grados centígrados. La pequeña habitación en que vive, prestada por sus hermanos, se convierte en un sauna, debido a la olla de fríjoles que guisa en una vieja y cochambrosa miniparrilla eléctrica; ese será su único alimento del día.
Roberto ya tiene una oferta para entrar al porno. Fueron los directivos de uno de los principales emporios de la industria, con sede en Los Ángeles, quienes entablaron diálogo con él. Le ofrecieron escoger a cualquiera de las actrices del portafolio de la empresa para su debut mundial. La oferta económica debió ser tentadora, considerando la pobreza en que vive Roberto desde su regreso a Saltillo, luego de ser deportado a México en 2011. Pero dijo que no.
“Era bien poquito —me comenta—. Querían darme nomás 30.000 dólares, cuando ellos van a ganar muchos millones con ese material. Querían abusar… y no, brother, así no, ya han abusado mucho de mí”.
Hay otro inconveniente en el tema de hacer porno: Roberto nunca ha logrado una relación sexual completa en pareja. Es obvio el motivo de su inexperiencia: 48,2 centímetros de longitud y una circunferencia de 25 centímetros serían demasiado para una mujer.
No lo dice, pero posiblemente el aspecto visual también es determinante para no lograr su primera vez. La apariencia es más bien la de un equino. “Caballo” o “burro” son los motes más usados para aquellos que presumen de su virilidad. El Centauro es más adecuado para Roberto, por lo irreal de su historia.
GIGOLÓ FRACASADO : Antes de llegar a esta fama fugaz, Roberto intentó la prostitución. Recorría los buses urbanos de Saltillo ofreciendo sus servicios sexuales en pedazos de papel con su nombre, sus características y su teléfono. Lo hizo durante cuatro años, con un éxito raquítico. Dice que llegó a tener algunos clientes, pero los consiguió mediante un conocido que hacía los contactos y concretaba las citas. Aunque Roberto es heterosexual, la mayoría de estos encuentros —en realidad, podrían contarse con los dedos de las manos— fueron con homosexuales que llegaban con una gran expectativa, pero al verlo desnudo desistían. Por cada sesión con una mujer, Roberto recibía 100 pesos (menos de 7 dólares); cuando atendía a homosexuales o a parejas, cobraba el doble.
“Casi todos nomás vieron —dice—. Otros sí se animaban a tocar y poquitos intentaron, pero pues no se pudo, no pude entrar y mejor ya se iban. También me llevaron algunas parejas. La fantasía de ellas era conocerme y tener sexo conmigo, aunque ya enfrente solo miraban y decían que mejor no. Desde que salió la publicación de mi historia dejé de hacer eso, porque no me dejaba nada”.
Con lo que ganó Roberto con los documentales, compró una nevera que parece irreal dentro del cuartucho de 4 por 4 metros donde pasa la mayor parte de su vida. En este lugar —que es al mismo tiempo dormitorio, cocina y baño—, el piso es de tierra, las puertas son plásticos adaptados y los muebles parecen sacados de un basurero. Por toda la habitación hay lazos de los que cuelgan sus prendas de uso diario y las vendas con las que cubre permanentemente su “tesoro”.
Esas vendas son precisamente el impedimento para que Roberto tenga una confirmación médica de la magnitud de su miembro y sea declarado como el hombre con el pene más largo en la historia. Él se niega a quitarlas, aunque le han advertido que si no lo hace, no quedará inscrito en el Récord Guinness, otro de sus objetivos, pues piensa que le traerá dinero.
A Roberto ya le practicaron una tomografía en tercera dimensión. Fue el examen determinante para publicar su caso en el periódico Vanguardia. Esa prueba mide el cuerpo principal, de 16 centímetros, y el resto de la piel, que creció extraordinariamente. El problema para el Guinness es que sin retirar las vendas es imposible conocer si lo anormalmente dimensional, lo que le da el tamaño, es el prepucio o el glande. Pero Roberto es tajante: “No me quiero quitar las vendas porque es lo que me mantiene firme; si me las quito, luego batallo mucho. Hagan todo tipo de exámenes, cualquier prueba de laboratorio, lo que sea para que se den cuenta de que es real”.
Tras la publicación de su caso, hace diez meses, el Centauro no ha recibido la visita de ningún médico. Como director editorial del periódico que cubrió primero el caso, he atendido las llamadas de muchos periodistas que preguntan por su historia. Además, varios programas de radio y de televisión incluyeron en sus shows el testimonio que publicamos e, incluso, han hecho debates en vivo con expertos que dan su opinión. Pero nadie de la comunidad científica de Saltillo, de México o de cualquier otro país me ha contactado.
El médico David Salazar, quien lleva el caso en el Cesame, tampoco ha recibido llamadas de sus colegas al respecto. Ninguno le preguntó por Roberto siquiera por curiosidad. “Hace unos días —me dijo—, comenté el caso en el congreso internacional ‘Por una visión unificada de la psique y el cerebro’. Algunos sí habían leído la noticia, pero creían que era una broma. Desde entonces, con el interés profesional de algunos, estamos preparando el caso para presentarlo en el próximo congreso internacional”.
Además de descartar que Roberto tenga piel extraña o una prótesis artificial, el doctor Salazar enfocó sus análisis a la salud mental y emocional del paciente. Basta con hablar unos cuantos minutos con el Centauro para dudar de su equilibrio; su dualidad es desconcertante. Sin embargo, la conclusión del Cesame, tras meses de estudios, es que nada le impide a Roberto ser responsable de sus acciones, aunque su conversación algunas veces roza los límites de la cordura.
LA INVISIBILIDAD DE ROBERTO : Paradójico, pero real: las pocas imágenes que se encuentran del Centauro en la web son las correspondientes a los reportajes de Vanguardia. Roberto se pasea por calles infestadas de móviles y dispositivos donde esas fotos están a la mano, pero él es invisible. No importa que su historia sea famosa en todo el mundo: cientos de personas se topan con él cada día en el transporte público y en comedores comunitarios, incluso ha brindado servicios sexuales a algunos, pero sigue pasando desapercibido.
Si efectivamente sus 48,2 centímetros son naturales, sus dimensiones lo ubicarían como un ser humano único; si fuera un truco, también sería un fraude excepcional e inédito. Si acaso el crecimiento hubiera sido provocado, Roberto logró un anhelo ancestral y su “fórmula” será siempre un tema de debate.
Después de él, cualquier tema relacionado con la pregunta “¿El tamaño importa?” cobra otras dimensiones. Todos después de él somos pequeños. Todos después del pene más grande y despreciado de la historia somos ínfimos.
Tomado de la revista Soho.
Devastador para las neuronas y el orgullo masculino. Su historia es única. Si en este momento se busca su nombre en la web, se encontrará casi en todos los idiomas. Desde hace diez meses, entrevistas, documentales, programas de radio y noticieros de televisión en muchos países han discutido su peculiar “discapacidad”, como él la califica. Pero, pese a su fugaz celebridad, continúa viviendo en la miseria, solo; sigue invisible en una ciudad de un millón de habitantes en el industrioso y moderno norte de México.
Roberto Esquivel Cabrera, “el Centauro”, como también se le conoce, nació hace 55 años en Saltillo, Coahuila, y lleva entre las piernas, al parecer, la carga más grande en la historia de la humanidad: 48,2 centímetros de longitud que causan un golpe de morbosidad y asombro, ataques de risa ligados a la virilidad amenazada, excitación transformada en repugnancia y muchas sensaciones diferentes.
La comparación con otros penes resulta absurda. Actores porno de fama mundial, como Nacho Vidal y Rocco Siffredi, no pasan de los 25 centímetros. Incluso el actor —no porno— y escritor Jonah Falcon, conocido por tener un miembro de 34 centímetros, supuestamente el más largo del mundo, está muy lejos del Centauro.
El calibre fálico es una referencia fundamental y ha atesorado sueños en muchas civilizaciones. Así que mantener la normalidad ante Roberto es un verdadero reto. Su presencia es una intromisión visual a complejos y a sueños, a la brutal realidad.
Hablar con él no es sencillo. Más allá de esa incomodidad visual, está la densa energía de su personalidad y un olor incómodo que sale de su entrepierna. Además, uno siempre está tratando de descifrar a quién tiene enfrente: ¿al modesto, ignorante y hasta ingenuo hombre en la pobreza que quiere ser actor porno o al calculador y sagaz operador de un gran fraude?
TOCANDO PUERTAS : La mañana del 6 de febrero de 2015, Roberto llegó a las instalaciones del periódico Vanguardia, en Saltillo, para pedir ayuda. La razón de la visita era clara y directa, nunca la ocultó: quería dar a conocer su portento internacionalmente, pues tal vez así lograría entrar al mundo del cine porno y se volvería millonario. Aunque, para un tipo como él, empezar con tener las tres comidas diarias aseguradas y dejar de vivir de la caridad sería un buen comienzo.
Era la segunda vez que Roberto se pasaba por el diario —donde trabajo como director editorial—. La primera visita había sido siete meses antes, pero la recepcionista, incómoda al notar su envergadura, simplemente le pidió regresar luego, pues de momento no había reporteros en la redacción. En su siguiente intento, una periodista lo recibió sin saber cómo reaccionar y pidió el apoyo inmediato de un compañero, quien finalmente le realizó la entrevista y dio inicio a su historia mediática.
El testimonio del Centauro empezó con un reproche: era la primera entrevista que lograba tras deambular ¡durante cuatro años! por todos los medios de comunicación de la ciudad; suplicó que sacaran su historia a cuatro televisoras, cinco periódicos, unos diez portales web y a los corresponsales de los principales medios nacionales. Los periodistas ni siquiera se molestaban en conversar con él; menos, en comprobar visualmente la grandeza de su entrepierna.
Su historia, publicada por Vanguardia finalmente el 15 de agosto, seis meses después de la entrevista, no salió hasta que el fenómeno que carga fue medido, pesado y constatado en cuatro revisiones clínicas. Todo está documentado y el resultado fue avalado por el Centro de Salud Mental de Coahuila (Cesame).
Y vino la fama; lo que todavía no le ha llegado a Roberto es la plata que pretende. “Me buscaron reporteros de muchos países —me cuenta—, pero nadie quería pagar, y yo necesito el dinero para sobrevivir. Solo me hicieron un documental de Nueva York y me pagaron algo (1000 dólares), luego otro de Inglaterra (3000 dólares)”.
A pesar de esa popularidad, no se siente cómodo cuando hay gente alrededor. Tiene más de 30 años de no ir al cine, no visita la iglesia y, en general, no le gustan los lugares de concentración masiva. Incluso dejó de asistir a reuniones familiares cuando sus sobrinos crecieron lo suficiente como para darse cuenta de la anormalidad.
Dice que por el tamaño —le llega debajo de las rodillas— tiene una movilidad bastante limitada y, aunque puede realizar muchos trabajos, no lo contratan por una cuestión de pudor: nadie quiere estar cerca de un hombre con un pene de casi medio metro. Todos sus pantalones, excesivamente anchos, fueron modificados por él mismo con una especie de bolsillo gigante con cierre de botones.
ASÍ EMPEZÓ TODO : A los 13 años superaba los 15 centímetros. Eran tiempos de vida familiar y común en Saltillo. Bueno, no tan común para él, pues por los rumores, muchas chicas —y chicos también— le pedían que les mostrara la entrepierna. Desde la infancia fue siempre retraído y, al llegar la juventud, ese rasgo se acentuó.
Aunque acepta que era muy buscado por las mujeres, nunca tuvo novia ni nada parecido. La soledad lo acompañó hasta el momento de partir a Estados Unidos, en 1981, cerca de cumplir los 21 años y ya con más de 20 centímetros. Saltillo —que fue refugio, santuario y centro de operaciones del cartel de Los Zetas— está ubicado a menos de 300 kilómetros de la frontera con Laredo o McAllen, Texas, pero él prefirió ir hasta California.
Fue entonces cuando —asegura— se empezó a transformar en el Centauro, pues desde ese momento y hasta 1987, su “virilidad” creció inexplicablemente hasta alcanzar la longitud actual. No hubo dolor ni otro síntoma, simplemente creció.
Luego de trabajar varios años en cargos de mantenimiento, Roberto fue encarcelado en Seattle en 2003. Antes de ir a prisión, ya había sido fichado por las autoridades por firmar un cheque sin fondos. Pero el cargo que lo llevó finalmente tras las rejas no fue el de fraude sino el de asalto sexual a dos menores de edad. Según él, fueron las jóvenes quienes, alcoholizadas, le pidieron que se lo mostrara.
En la cárcel, era constantemente exhibido y fotografiado por los guardianes, quienes incluso organizaban concursos cuando llegaba un nuevo reo. Ninguno de sus rivales, la mayoría de raza negra, estuvo cerca de destronarlo. Roberto denunció esos abusos ante las distintas autoridades de Estados Unidos, pero nunca obtuvo respuesta. En contraparte existen documentos oficiales de la prisión que lo acusan de exhibicionismo.
Justamente una de las razones por las cuales quiere hacerse millonario es para pagar unos buenos abogados y entablar un nuevo juicio contra el sistema penitenciario estadounidense. “Es que nadie me ayuda —me dice—. Allá no hicieron caso de mi juicio y aquí en México ni me atienden. Para eso quiero hacer una película, para eso quiero el dinero, para demandar al gobierno de Estados Unidos. Imagínese, aquí ni siquiera me quieren ayudar para declararme discapacitado, tengo que ir a los comedores de las iglesias para sobrevivir porque nadie me da trabajo. Muchos dicen que sí me darán empleo, pero al final, nada”.
CUESTIÓN DE DINERO : La casa del Centauro está sobre una importante avenida de Saltillo, cerca de la vieja zona industrial de la ciudad, conocida como “la Detroit mexicana” por su extraordinaria producción automotriz. Es mediodía y un sol implacable lleva la temperatura a 33 grados centígrados. La pequeña habitación en que vive, prestada por sus hermanos, se convierte en un sauna, debido a la olla de fríjoles que guisa en una vieja y cochambrosa miniparrilla eléctrica; ese será su único alimento del día.
Roberto ya tiene una oferta para entrar al porno. Fueron los directivos de uno de los principales emporios de la industria, con sede en Los Ángeles, quienes entablaron diálogo con él. Le ofrecieron escoger a cualquiera de las actrices del portafolio de la empresa para su debut mundial. La oferta económica debió ser tentadora, considerando la pobreza en que vive Roberto desde su regreso a Saltillo, luego de ser deportado a México en 2011. Pero dijo que no.
“Era bien poquito —me comenta—. Querían darme nomás 30.000 dólares, cuando ellos van a ganar muchos millones con ese material. Querían abusar… y no, brother, así no, ya han abusado mucho de mí”.
Hay otro inconveniente en el tema de hacer porno: Roberto nunca ha logrado una relación sexual completa en pareja. Es obvio el motivo de su inexperiencia: 48,2 centímetros de longitud y una circunferencia de 25 centímetros serían demasiado para una mujer.
No lo dice, pero posiblemente el aspecto visual también es determinante para no lograr su primera vez. La apariencia es más bien la de un equino. “Caballo” o “burro” son los motes más usados para aquellos que presumen de su virilidad. El Centauro es más adecuado para Roberto, por lo irreal de su historia.
GIGOLÓ FRACASADO : Antes de llegar a esta fama fugaz, Roberto intentó la prostitución. Recorría los buses urbanos de Saltillo ofreciendo sus servicios sexuales en pedazos de papel con su nombre, sus características y su teléfono. Lo hizo durante cuatro años, con un éxito raquítico. Dice que llegó a tener algunos clientes, pero los consiguió mediante un conocido que hacía los contactos y concretaba las citas. Aunque Roberto es heterosexual, la mayoría de estos encuentros —en realidad, podrían contarse con los dedos de las manos— fueron con homosexuales que llegaban con una gran expectativa, pero al verlo desnudo desistían. Por cada sesión con una mujer, Roberto recibía 100 pesos (menos de 7 dólares); cuando atendía a homosexuales o a parejas, cobraba el doble.
“Casi todos nomás vieron —dice—. Otros sí se animaban a tocar y poquitos intentaron, pero pues no se pudo, no pude entrar y mejor ya se iban. También me llevaron algunas parejas. La fantasía de ellas era conocerme y tener sexo conmigo, aunque ya enfrente solo miraban y decían que mejor no. Desde que salió la publicación de mi historia dejé de hacer eso, porque no me dejaba nada”.
Con lo que ganó Roberto con los documentales, compró una nevera que parece irreal dentro del cuartucho de 4 por 4 metros donde pasa la mayor parte de su vida. En este lugar —que es al mismo tiempo dormitorio, cocina y baño—, el piso es de tierra, las puertas son plásticos adaptados y los muebles parecen sacados de un basurero. Por toda la habitación hay lazos de los que cuelgan sus prendas de uso diario y las vendas con las que cubre permanentemente su “tesoro”.
Esas vendas son precisamente el impedimento para que Roberto tenga una confirmación médica de la magnitud de su miembro y sea declarado como el hombre con el pene más largo en la historia. Él se niega a quitarlas, aunque le han advertido que si no lo hace, no quedará inscrito en el Récord Guinness, otro de sus objetivos, pues piensa que le traerá dinero.
A Roberto ya le practicaron una tomografía en tercera dimensión. Fue el examen determinante para publicar su caso en el periódico Vanguardia. Esa prueba mide el cuerpo principal, de 16 centímetros, y el resto de la piel, que creció extraordinariamente. El problema para el Guinness es que sin retirar las vendas es imposible conocer si lo anormalmente dimensional, lo que le da el tamaño, es el prepucio o el glande. Pero Roberto es tajante: “No me quiero quitar las vendas porque es lo que me mantiene firme; si me las quito, luego batallo mucho. Hagan todo tipo de exámenes, cualquier prueba de laboratorio, lo que sea para que se den cuenta de que es real”.
Tras la publicación de su caso, hace diez meses, el Centauro no ha recibido la visita de ningún médico. Como director editorial del periódico que cubrió primero el caso, he atendido las llamadas de muchos periodistas que preguntan por su historia. Además, varios programas de radio y de televisión incluyeron en sus shows el testimonio que publicamos e, incluso, han hecho debates en vivo con expertos que dan su opinión. Pero nadie de la comunidad científica de Saltillo, de México o de cualquier otro país me ha contactado.
El médico David Salazar, quien lleva el caso en el Cesame, tampoco ha recibido llamadas de sus colegas al respecto. Ninguno le preguntó por Roberto siquiera por curiosidad. “Hace unos días —me dijo—, comenté el caso en el congreso internacional ‘Por una visión unificada de la psique y el cerebro’. Algunos sí habían leído la noticia, pero creían que era una broma. Desde entonces, con el interés profesional de algunos, estamos preparando el caso para presentarlo en el próximo congreso internacional”.
Además de descartar que Roberto tenga piel extraña o una prótesis artificial, el doctor Salazar enfocó sus análisis a la salud mental y emocional del paciente. Basta con hablar unos cuantos minutos con el Centauro para dudar de su equilibrio; su dualidad es desconcertante. Sin embargo, la conclusión del Cesame, tras meses de estudios, es que nada le impide a Roberto ser responsable de sus acciones, aunque su conversación algunas veces roza los límites de la cordura.
LA INVISIBILIDAD DE ROBERTO : Paradójico, pero real: las pocas imágenes que se encuentran del Centauro en la web son las correspondientes a los reportajes de Vanguardia. Roberto se pasea por calles infestadas de móviles y dispositivos donde esas fotos están a la mano, pero él es invisible. No importa que su historia sea famosa en todo el mundo: cientos de personas se topan con él cada día en el transporte público y en comedores comunitarios, incluso ha brindado servicios sexuales a algunos, pero sigue pasando desapercibido.
Si efectivamente sus 48,2 centímetros son naturales, sus dimensiones lo ubicarían como un ser humano único; si fuera un truco, también sería un fraude excepcional e inédito. Si acaso el crecimiento hubiera sido provocado, Roberto logró un anhelo ancestral y su “fórmula” será siempre un tema de debate.
Después de él, cualquier tema relacionado con la pregunta “¿El tamaño importa?” cobra otras dimensiones. Todos después de él somos pequeños. Todos después del pene más grande y despreciado de la historia somos ínfimos.
Tomado de la revista Soho.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)